Luis de Córdova: Cabo de Santa María 1780

Don Luís de Córdova y Córdova (Sevilla 1706- San Fernando,Cádiz 1796) es uno de los grandes marinos españoles que apenas parecen ser recordados en los libros de historia, ni siquiera en los de España. Este ilustre marino, que llegó a ser Director General de la Real Armada, tras una carrera llena de grandes combates y éxitos, durante buena parte del siglo XVIII, culminó su trayectoria al mando de una flota combinada hispano-francesa que asestó ea la Royal Navy el mayor golpe sufrido en toda su historia. A los anales ha pasado como la batalla del Cabo de Santa María o la “captura del doble convoy”. Cincuenta y dos presas y 3.000 prisioneros que significaron, entre otras cosas, que Estados Unidos pudiese ganar su guerra de Independencia.

El navío de línea “Santísima Trinidad”, buque insignia de la Flota hispano francesa en el Cabo de Santa María.

En 1780 la guerra anglo española por el control del océano Atlántico estaba en su punto álgido, y se combinaba con la que libraban los británicos contra los rebeldes de las 13 colonias norteamericanas a los cuales España y Francia apoyaban.

El esfuerzo de guerra que realizaba Gran Bretaña estaba cobrándose su precio; sus fuerzas terrestres y navales se encontraban estiradas al máximo, y la alianza entre Francia y España complicó aún más su situación. Por su parte, la Real Armada española vivía uno de sus momentos de apogeo gracias a las políticas de los diversos gobiernos de Carlos III, y del plantel de grandes marinos que pelearon en el siglo XVIII.

Uno de dichos hombres era don Luís de Córdova y Córdova, sevillano que se pasó combatiendo casi toda su vida en la Real Armada, participando en importantes gestas navales. En 1780 ya se encontraba en avanzada edad lo que no fue óbice para que un año antes, a bordo del navío “Santísima Trinidad” y dirigiendo una escuadra franco española, pusiera en retirada a la flota británica del Canal de la Mancha, amenazara con la invasión de la isla y ayudara en la captura del navío HMS “Ardent”. Cuestionado inicialmente por los franceses por su avanzada edad, finalmente fue recompensado con una caja de oro por el rey francés Luis XVI con la dedicatoria grabada “De Luis a Luis”. Tal actuación le valió que el 7 de febrero de 1780 fuese nombrado Director General de la Armada.

Grabado inglés con la flota navegando

En ese año, los apoyos que Francia y España daban a los rebeldes norteamericanos y el acoso de las tropas francesas en la India, hizo que los ingleses presparasen un gran convoy de suministros para auxiliar y reforzar a las tropas que combatían en ambos lugares. Para ello, se reunió en el puerto de Porstmouth un gran convoy formado por 55 buques mercantes que estaba escasamente protegido y que partiría unido hasta la zona del estrecho de Gibraltar donde se dislocaría en dos para dirigirse uno de ellos a Norteamérica y otro a la India.

El navío español “Purísima Concepción”

Enterados los espías españoles en Inglaterra, pasaron la información a España, llegando finalmente al recién nombrado Director General de la Armada, don Luís de Córdova, que lejos de estar sentado en un cómodo despacho, se encontraba entonces vigilando el estrecho de Gibraltar al mando de una flota combinada hispano francesa formada por veintisiete navíos de línea y varias fragatas, españolas, a las que se había sumado una escuadra francesa de nueve navíos y una fragata.

Aunque ya con 73 años y todavía no visto del todo bien por los aliados franceses, Córdova hizo cierto aquello que poco antes el propio Conde de Floridablanca había dicho sobre él: “el viejo ha resultado más alentado y sufrido que los señoritos de Brest”. Con la información obtenida, Córdova comenzó a organizar un ataque al convoy británico.

El buque insignia de la escuadra española estaba en el “Santísima Trinidad” un navío de 120 cañones que fue el más grande de su época (cuatro puentes), por lo que recibía el apodo de “El Escorial de los mares”. Con la información dada y estimando la velocidad del convoy británico, Córdova destacó varias fragatas en misión de exploración hacia el Atlántico (no más allá de Madeira) y frente  a las costas de Portugal para que intentasen encontrar el convoy. La escuadra española, por su parte, abandonó las aguas del estrecho para adentrarse en el Atlántico a la espera de novedades sobre los buques ingleses.

José de Mazarredo, segundo al mando

Convoy británico

El convoy británico estaba a las órdenes del almirante John Moutray (que tenía su insignia en el HMS “Ramillies”). Lo formaban 55 barcos que incluían buques de la Compañía de las Indias Orientales, de las Occidentales, 18 buques de vituallas, buques con material militar y transportes de tropas llevando a bordo al 90th Regiment of Foot.

Tras zarpar de Portsmouth el 27 de julio y escoltado por la flota del canal de la Mancha, el convoy se unió el 2 de agosto con la flota del Canal (Channel Fleet) que debería escoltarlo durante varias horas hasta unas 300 millas al sur de las islas de Scilly (en la punta suroeste de Gran Bretaña), donde debería dividirse en dos. Las órdenes del almirantazgo fueron que la escolta abandonara al convoy en dicho punto para regresar inmediatamente al canal de la Mancha, quedando únicamente tres buques de guerra (un navío de línea: HMS Ramillies, y dos fragatas: HMS Thetis y HMS Southampton) para la escolta próxima del mismo. Los mercantes, lógicamente, debían navegar alejados de las costas de la península Ibérica y de las rutas comerciales habituales para evitar encuentros fortuitos con navíos españoles o franceses.

Comienza la caza

En la madrugada del 9 de agosto de 1780 una de las fragatas de exploración mandadas por Córdova divisó en el horizonte un gran número de velas, que navegaban a unas 60 leguas al oeste del cabo de San Vicente (Portugal). La información se envió al “Santísima Trinidad”, donde don Luis de Córdova recibió la noticia con cautela, pues había dudas sobre si las velas detectadas correspondían a la escuadra del canal de la Mancha o si se trataba en efecto del convoy pero éste iba fuertemente escoltado. 

El segundo al mando, don José de Mazarredo, abogó inmediatamente por el ataque, ya que supuso que no había ninguna razón para que la flota británica se arriesgase a navegar tan alejada de las costas, salvo que no fuese escoltada. Finalmente, Córdova ordenó el ataque, lanzando a las fragatas contra la flota británica, seguidas por los navíos de guerra. 

En el convoy británico también había confusión. Parece ser que confundieron las linternas colocadas en el palo mayor del “Santísima Trinidad” con aquellas de su propio comandante y, aparentemente autoengañados, se dirigieron hacia dichas luces. Al clarear el día, descubrieron que estaban entremezclados con las naves españolas que las envolvían.

El comandante británico, John Moutray, tras constatar la abrumadora superioridad del enemigo se dio a la fuga con los tres buques de escolta, iniciando los buques mercantes una desbandada. Ante esta situación, Córdova dio desde el Santísima Trinidad la señal de «caza general», empezando una desordenada persecución en la que los buques españoles y franceses iban seleccionando y capturando presas según su propio criterio.  El propio “Santísima Trinidad” abrió fuego sobre los mercantes “Mountstuart” y “Godfrey” induciéndoles a entregarse. El “Gatton” fue atacado por la “Purísima Concepción” (de 112 cañones) que lo incendió, aunque posteriormente el incendio pudo ser controlado y el buque capturado. Una vez alcanzados, los mercantes se iban entregando sin presentar oposición ya que si bien todos ellos iban armados, poco podían hacer frente a los navíos de línea y fragatas españoles. Una de las flotillas de fragatas españolas, al mando de Santiago de Liniers, capturó el mercante “Hillsborough” de 30 cañones. La caza se prolongó hasta la noche, capturándose en total hasta 52 buques británicos de los 55 que componían el convoy. Las fragatas siguieron buscando a los buques huidos hasta bien entrada la madrugada, pero no consiguieron apresar a ninguno más. 

Un oficial del mercante “Hillsborough” de la Compañía de las Indias Orientales narro posteriormente su experiencia:

Recibimos 14 disparos desde uno de los buques de 74 cañones que mataron a dos hombres e hicieron seis heridos . Uno de nuestros cañones disparó y se estremeció el velamen cuando fuimos golpeados por el 74 español. A todos, excepto las mujeres y sus maridos, los capitanes, primeros y segundos oficiales, y otros seis caballeros, se les ordenó subir al navío español, pero una vez a bordo tuvimos la opción de regresar a nuestro buque; lo cual hicimos todos; y fuimos tratados con gran civilidad, humanidad y generosidad a bordo…  La gran amabilidad de los españoles hizo que apenas lamentáramos nuestra situación, ya que hacían todo lo posible por aliviar nuestra desgracia; y nunca nos sentimos como prisioneros”.

Los buques británicos capturados, 52 en total, fueron llevados a Cádiz, lo más rápidamente posible, pues se temía una represalia por parte inglesa haciendo bajar a la flota del Canal. El espectáculo de entrada en la bahía gaditana debió de ser increíble: nunca antes se había apresado una flota tan grande. Los británicos no se enteraron del descalabro hasta cuatro días después

Repercusiones

Fue, probablemente,  el golpe más grande dado a la Royal Navy en toda su historia. El número de buques y hombres capturados, así como la cantidad de lingotes y monedas de oro que pasaron a manos españolas, provocaron fuertes pérdidas en la Bolsa de Londres. Probablemente este golpe hizo que finalmente se perdiese la lucha en Norteamérica, evitando la llegada de refuerzos y arruinando la economía para sostener la guerra.

En Inglaterra, los empresarios que habían perdido su carga estaban tan enfadados que la Royal Navy usó al almirante Moutray como chivo expiatorio: fue sometido a una corte marcial y desposeído del mando de su buque, aunque muchos años después volvería a ser admitido.

La captura fue sorprendente. Se apresaron 52 barcos: 36 fragatas,10 bergantines y 6 paquebotes. Casi 3.000 prisioneros (2.943), de ellos 1.350 marineros, 1.357 militares y 286 civiles. En los buques se hallaron 80 000 mosquetes, 294 cañones, 3.000 barriles de pólvora, gran cantidad de provisiones y efectos navales, vestuario y equipación para doce regimientos de infantería, y la ingente suma de 1.000.000 de libras esterlinas en lingotes y monedas de oro (todos los buques y bienes capturados estaban valorados en unas 600 000 libras).

Cinco de los barcos capturados fueron puestos al servicio de la Real Armada: el “Hillsborough” de 30 cañones como “Santa Balbina” de 34 cañones; el “Mountstuart” de 28 cañones como el “Santa Bibiana” de 34 cañones; el “Royal George” de 28 cañones como el “Real Jorge” de 40 cañones, el “Godfrey” de 28 cañones como el “Santa Paula” de 34 cañones y el “Gatton” de 28 cañones como el “Colón” de 30 cañones.

Para don Luís de Córdova no sería su última presa británica. Un año después, en 1781, capturaría un convoy de 24 mercantes británicos en el Canal de la Mancha. Si revisan los anales de la Royal Navy, es probable que muy poco puedan leer o encuentren sobre ésto.

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