¿Quién fue Ramón Romay? No es una figura conocida para los infantes de marina de hoy en día. Sus logros y trayectoria sin embargo representan un ejemplo inigualado por su excelencia, de lo que fue el servicio en la Armada durante más de un siglo para muchos de sus oficiales, que lo hicieron tanto mandando buques como unidades de infantes de marina. Este artículo pretende contribuir a la difusión de su conocimiento y a la reflexión sobre su alcance en el Cuerpo de Infantería de Marina actual.
En el Cuartel de Nuestra Señora de los Dolores en Ferrol, sede del Tercio del Norte de Infantería de Marina y heredero de los batallones de marina a quienes fue entregado para su primera ocupación en 1771, hay una placa en su túnel de entrada para rendir homenaje a los 2300 infantes de marina que en tres batallones marcharon en junio de 1808 para unirse al Ejército de la Izquierda y combatir a las tropas napoleónicas invasoras.
Para los infantes de marina destinados al Tercio del Norte ésta es una de las primeras tomas de contacto con la historia de la Unidad, y una llamada de atención para despertar la curiosidad profesional y ahondar en su conocimiento, primero a través de la lectura de la historiografía regimental, sobre quiénes fueron y qué hicieron esos batallones de marina durante la guerra de la Independencia. Y ahí estaba Ramón Romay Jiménez de Cisneros, que comenzó mandando compañía y sucesivamente batallón y el 6º Regimiento de Marina, hasta el fin de la campaña. Su carrera continuaría más allá de la guerra y la finalizaría ocupando las más altas responsabilidades de la Armada, con el empleo de Capitán General. Esta última circunstancia verdaderamente llama la atención. Un oficial que manda tropa de infantería de marina durante la guerra de la Independencia y que termina su carrera como máxima autoridad de la Armada con el máximo empleo.
La excepcionalidad del caso lleva a tratar de verificar la información con fuentes de credibilidad indiscutible, más allá de las de carácter regimental mencionadas anteriormente. En internet son varias las referencias de prestigio que señalan su existencia y glosan su trayectoria. De ellas es de destacar por su evidente autoridad la entrada biográfica que recoge la Real Academia de la Historia en su portal. A ella me remito como base de información para la elaboración de este artículo y a la que se invita al lector interesado en conocer más detalles de la vida de este oficial de la Armada.
De la citada entrada biográfica es de destacar, además de lo anteriormente adelantado, que Ramón Romay prestó durante más de 14 años servicios de mar, incluyendo mando de buque y participando en el combate naval de San Vicente, antes de ponerse al mando de tropas de marina en tierra durante la Guerra de la Independencia y que, a su finalización, su trayectoria sería reflejo paradigmático de los convulsos años de la confrontación entre el absolutismo y el constitucionalismo, con el que siempre se posicionó de forma activa y relevante, que le llevaría desde el extremo de la condena, la huida y el exilio a logros como el ascenso a Capitán General de la Armada, y nombramientos como los de Director General de la Armada y Senador del Reino.
Un personaje de tan destacada y singular biografía que sea muy poco conocido en la Armada puede tener cierta justificación en que, como la misma Real Academia de la Historia indica, siendo una figura relevante “posiblemente, como hombre de mar, no tenía las cualidades de que hicieron gala marinos como Lángara, Álava, Churruca o Gravina” (sic), pero parece mucho menos razonable que lo sea por parte del Cuerpo de Infantería de Marina. Un oficial que luchó durante toda la guerra de la Independencia al frente de infantes de marina, combatiendo en Espinosa de los Monteros y S. Marcial, y en Tolosa ya en Francia llegando a desempeñar el mando de brigada y, accidentalmente, el de división, y que alcanzó el grado de Capitán General con la más alta responsabilidad en la Armada, es un caso realmente excepcional y no repetido, salvo error.
¿Por qué ha sucedido tal olvido? Posiblemente por la propia idiosincrasia de nuestra Infantería de Marina. Es verdad que la historia del Cuerpo de Infantería de Marina es larga y enormemente compleja. No se pretende glosar en este artículo su extenso recorrido, pero sí es de destacar que desde sus orígenes, con antigüedad reconocida de 1537, ha pasado por numerosas evoluciones orgánicas, y drásticas no pocas, que por ello y para su mejor estudio se encuadran en cinco épocas cronológicas. La que corresponde a Ramón Romay es la llamada segunda: de 1717 a 1827. Para tratarla es necesario un mínimo encuadre temporal previo.
Nace el Cuerpo con la disposición de la Secretaría de Guerra de Felipe II por la que se vinculaban permanentemente a la Real Armada algunos Tercios de Infantería Española, siendo el más antiguo el Tercio Nuevo de la Mar de Nápoles. De Maestre de Campo a soldado, la Infantería de Armada es tan infantería española como la que hace el camino español y combate en Flandes, con el añadido de que está entrenada para guerrear a bordo de los buques y desde los buques desembarcando y combatiendo en tierra. El Maestre de Campo Lope de Figueroa es ejemplo de lo que debió de suceder en múltiples ocasiones a lo largo de casi dos siglos hasta la siguiente gran transformación orgánica de 1717, ya que mandó el Tercio de la Mar Océano en el desembarco de las Terceras (las actuales Azores) y luchó al mando de su Tercio en Flandes haciendo el Camino desde Italia. Es por ello que tanto el Cuerpo de la Infantería de Marina y el Ejército de Tierra actuales tienen muy sólidas razones para que ambos lo consideren una de sus figuras más señaladas del período imperial.
Con la llegada de la nueva dinastía borbónica se produce un cambio orgánico que afecta tanto al Ejército como a la Armada. Los Tercios desaparecen y son sustituidos por el modelo regimental francés. En 1717 la Infantería de Armada pasa a ser el Cuerpo de Batallones de Marina, y sus oficiales lo son del Cuerpo General de la Armada.
Este cambio tiene una gran trascendencia que conviene destacar: los oficiales destinados en unidades de infantería de marina alternan con servicios en la mar a bordo de los buques. El Cuerpo no tiene oficiales propios en exclusividad, de ahí el origen y posterior arraigo, que llega hasta nuestros días, de la consideración de Cuerpo de Tropas. De principio a fin de carrera sólo pueden ser infantes de marina suboficiales y soldados.
Este estado de las cosas se prolonga en esencia hasta la inauguración de la Escuela de Infantería de Marina ya bien entrado el siglo XIX. Con vicisitudes diversas, incluyendo cierres y reaperturas sucesivas, en la formación de oficiales, puede afirmarse que es desde entonces cuando el Cuerpo lo es de general a soldado. Los oficiales dejan de ser del Cuerpo General de la Armada, lo que parece por otra parte llevar a un cambio consecuente en empleos y destinos. La entrada biográfica sobre Albacete y Fuster de la Real Academia de la Historia, a su decir: “el mejor infante que ha dado la Armada”, que resulta muy ilustrativa y a la que se invita a analizar, así parece indicarlo.
Esta continua transformación orgánica, casi convulsiva en ocasiones, muy probablemente ha contribuido al desvanecimiento de cierta memoria histórica, y con ello a la controversia sobre la adscripción de hechos y figuras, fundamentalmente con el Ejército de Tierra, pero también en el seno de la propia Armada, y a la visualización del Cuerpo y sus hitos de una forma difusa en gran parte de su trayectoria, que desde luego está lejos de comenzar con la de sus oficiales propios.
Si el Cuerpo de Infantería de Marina tiene casi 500 años como la ley reconoce y es orgullo de la nación, Lope de Figueroa y Ramón Romay fueron infantes de marina cuando mandaron tropas de infantería de Armada o batallones de marina. De otra forma se estarían hurtando 300 años a su hoja de servicios.
A Lope de Figueroa se le recuerda y reconoce ampliamente en la Armada, con independencia de que también el Ejército de Tierra legítimamente le destaque como uno de los suyos; es memoria compartida desde el origen. Ramón Romay tiene por su parte un elemento diferencial: es el oficial de la Armada que habiendo mandado infantes de marina en combate más alto llegó en la propia jerarquía de la Armada, de manera excepcional y no igualada.
La figura de Ramón Romay se proyecta hoy así sobre la actualidad del Cuerpo, entre otras cosas en el debate nunca concluido sobre la importancia relativa de las aspiraciones y honrada ambición de los oficiales de infantería de marina por alcanzar las máximas responsabilidades y empleos, en el prestigio y relevancia de la propia Infantería de Marina en la defensa nacional.
No parece posible que sean hoy factibles casos como los de Lope o Romay, a menos que reflejen una vuelta a situaciones orgánicas parejas a la de los tiempos en los que les tocó servir. Esto de por sí es ya un debate de calado. Lo que parece por el contrario más importante, es que las unidades que aquéllos mandaron, ya fueran de infantería de Armada o batallones de marina, estuviesen bien equipadas y adiestradas, y tuviesen ocasión de servir a España en las ocasiones de mayor riesgo, fatiga, y reputación. Para el infante de marina de línea de hoy, de cualquier empleo y destino, ésta continúa siendo la razón de ser del Cuerpo, estando lo demás subordinado, incluida la honrada ambición.