Bailey: un puente para la guerra y para la paz.
Dionisio García
Hay una célebre frase de un general norteamericano que dijo que la Segunda Guerra Mundial se ganó gracias al Jeep, al Bazooka y al Dakota. Es cierto, todos ellos contribuyeron desde un segundo plano, pero decisivo, a la victoria aliada; pero en esa relación se olvidó de un elemento, el puente de ingenieros Bailey, un elemento decisivo para ganar la guerra, ya que gracias a él las tropas aliadas se pudieron mover con mayor libertad por las destruidas carreteras y caminos de los campos de batalla. La historia de este puente es casi leyenda, y de ello, da fe el que todavía siga siendo utilizado hoy en día por numerosos ejércitos y empresas civiles, noventa años después de su creación.
El puente Bailey es un puente prefabricado, modular, desarmable y transportable diseñado inicialmente para su uso por unidades de ingenieros militares capaz de pasar brechas de hasta 60 metros de longitud. Su facilidad de montaje es tal que puede realizarse sin necesidad de maquinaria pesada, únicamente con los soldados, y las partes son lo suficientemente pequeñas para poder ser trasladadas en camiones, y ser montadas simplemente con herramientas tales como mazos, llaves inglesas y punteros. Es considerado por muchos como una de las mejores obras de ingeniería militar de todos los tiempos, y hoy en día no solo es utilizado por los militares, sino por muchos organismos y empresas civiles. Ninguno de sus descendientes ha conseguido arrebatarle el puesto de ser el puentes militar más utilizado del mundo.
El propio mariscal de campo Bernard Montgomery afirmó tras la guerra que “el puente Bailey hizo una contribución inmensa al fin de la Segunda Guerra Mundial. Por lo que se refiere a mis propias operaciones, con el Octavo Ejército en Italia y con el 21 Grupo de Ejércitos en el noroeste de Europa, nunca podría haber mantenido la velocidad y el avance sin las grandes cantidades de puentes Bailey”.
La movilidad en el campo de batalla ha sido siempre algo crucial en todas las guerras. Con la entrada en servicio de los vehículos a motor de ruedas y cadenas, esta se vio mucho más comprometida ya que necesitaban carreteras y caminos adecuados, y puentes para superar muchos de los accidentes del terreno. Pero el enemigo siempre tiene la fea costumbre de destruir estos últimos para impedir el avance del contrario, y las tropas que avanzaban debían confiar en que sus ingenieros fuesen capaces de solventar dichos problemas.
Sin embargo, hasta la llegada del Bailey, el crear un puente de campaña era algo muy laborioso y lento, que había que realizar poco menos que con los materiales que se encontraran en el terreno; el peso de los vehículos mecánicos complicó aún más el tema, ya que se necesitaban elementos metálicos que no se tenían en campaña y que eran muy difíciles de realizar.
Una idea ingeniosa
El creador de dicha maravilla de ingeniería fue Donald Bailey (1901-1985). Este ingeniero británico doctorado en Sheffield era un empleado civil de la British War Office que comenzó desde joven a interesarse por el problema de los puentes, trabajando en diversos diseños para el Experimental Bridging Establishment (oficina de Puentes experimentales) desde 1928. Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, la necesidad acuciante de un puente militar capaz de ser llevado a cualquier parte y lo suficientemente robusto para soportar el paso de carros de combate, hizo que el Ejército británico reuniera en 1941 a un grupo de oficiales de los Royal Engineer en el Military Engineering Experimental Establishment (MEXE), situado en Barrack Road Christchurch, Dorset. En dicha oficina se reunieron varios ingenieros militares británicos que examinaron la propuesta que presentó Donald Bailey, y en la cual había estado trabajando durante varios años y que se basaba en el diseño original del puente Callender-Hamilton, cuyo diseñador demandó a Bailey por la patente, aunque posteriormente se vio que el diseño de Bailey era mucho mejor.
La idea se probó de diferentes formas, como un puente en suspensión, como puente de arco y, finalmente, como el puente de armadura plana que finalmente se escogió. El diseño del puente es sencillo a la par que ingenioso. Al estar hecho de partes pequeñas, la mayor de las cuales pesa unos 300 kilogramos, puede ser montado sin necesidad de grúas o equipo pesado. El puente tiene tres partes principales. El suelo del puente, formado por unos travesaños de 5,8 metros unidos por largueros de 3 metros. El suelo se recubre de tablones de madera que hacen de pavimento, siendo este probablemente el único punto débil del puente, aunque pueden ser recubiertos de láminas metálicas para aumentar su resistencia y evitar su desgaste.
La verdadera fuerza del puente reside en sus paneles laterales de tres metros de lado, engarzados mediante pasadores y que pueden ser colocados de diversos modos: sencillos, doble o triples, en diversas alturas y cerrando el puente, dotándole de la resistencia necesaria para según que condición de peso se le reclame.
La otra gran ventaja del puente Bailey es que puede ser lanzado desde un lado de la brecha. Para ello se sitúan diversos pivotes sobre los cuales se arma la estructura principal del puente. En la parte delantera del mismo se arma el llamado “morro del puente” que es una estructura igual a la del resto del puente pero de menor peso y con suficiente resistencia para soportar. Una vez montado todo el puente éste es empujado con cualquier clase de vehículos sobre sus pivotes, deslizándose sobre ellos hasta que el morro toca la otra parte de la brecha, evitando que el puente se caiga. Una vez el morro a tocado en el otro lado se colocan los pivotes en el lado contrario para que termine de deslizarse todo el puente hasta que queda apoyado en ambos extremos. Posteriormente se retira el morro y el puente queda listo para su uso, una vez que se han preparado los accesos, naturalmente.
En guerra
El primer prototipo fue colocado sobre el canal de Mother Siller en Hampshire; dicho puente todavía sigue colocado allí. Tras varias mejoras y modificaciones, el puente fue finalmente aprobado para su uso militar y se dispuso rápidamente su entrada en servicio con el Cuerpo de Ingenieros Reales que lo utilizaron por primera ven en el Norte de África en 1942 en el marco de la operación “Torch”.
El éxito del puente fue tal que de inmediato se aceleró la producción de sus componentes. Su versatilidad iba más allá de lo previsto, ya que no solamente su montaje era sencillo y podía ser transportado a cualquier sitio, sino que su uso y diseño superó todas las expectativas. No solamente podía cubrir tramos de puentes volados utilizando los apoyos existentes, sino que podía ser montado sobre apoyos creados con los propios elementos del puente (reforzados o no con otros materiales y dependiendo del terreno), con lo cual podía sortear casi cualquier altura y longitud. Igualmente, y colocado sobre pontones, podría ser utilizado como puente flotante.
Los ingenieros británicos fueron los primeros en usarlo, pero sus homólogos estadounidenses no tardaron en copiarlo y fabricarlo bajo licencia para sus propias tropas. Solamente en la campaña de Italia, se llegaron a colocar más de 3.000 puentes Baileys.
La previsión de desembarco aliado en Normandía hizo que se acelerase la producción de dicho puente, ya que la mayor parte de los puentes en el noroeste de Europa habían sido atacados por los propios aliados y era más que previsible que los alemanes volarían los que quedasen para retrasar el avance aliado. Se calcula en más de 5.000 los puentes Baileys que se construyeron en Europa, además de otros muchos en el escenario del pacífico, y muchos de los cuales aún siguen prestando servicio. Normalmente, se utilizaban tramos de unos 30 metros de longitud, pero se dieron casos, como el puente sobre el rio Sangro en Italia que alcanzó la longitud de 343 metros, o el mayor de todos, el construido sobre el río Chindwin en Birmania que alcanzó los 352 metros de longitud, algo para lo que ni siquiera su propio diseñador había pensado.
Contrariamente a lo que se podría pensar, el Bailey no es un puente “de retaguardia”, y hubo muchas ocasiones en la Segunda Guerra Mundial en las que los ingenieros debieron montar su puente Bailey bajo el fuego enemigo. Los primeros en hacerlo así fueron los chicos de la 3rd Field Company, de los Royal Canadian Engineers, en Leonforte (Italia).
Tal vez el uso más conocido y espectacular de los puentes Bailey fue durante el cruce del Rin ya al final de la contienda. El puente sobre el rio Saar fue lanzado bajo fuego de artillería y de carros de combate alemanes, y se cuenta que, cuando finalmente se consiguió colocarlo, parte de los paneles estaban tan llenos de agujeros que resultaban peligrosos para la estabilidad del puente. Los ingenieros americanos solamente acoplaron paneles nuevos sobre los agujereados y de ese modo el puente volvió a ser lo suficientemente resistente como para permitir el paso de los carros Sherman.
Cuando el famoso puente de Remagen se hundió finalmente, ¿adivinan ustedes cual fue el puente que le sustituyó? Efectivamente, fue un Bailey. Tras esta captura, fueron otros muchos los puentes Bailey que se tendieron a lo largo del Rin.
Otros conflictos
La enorme cantidad de puentes sobrantes de la guerra hicieron del Bailey el puente más famoso del mundo. Conflictos como el de Corea, Vietnam u Oriente Medio han visto el uso de Baileys; y en la actualidad, Iraq y Afganistán están salpicados de estos valiosos elementos.
Por su invento, Donald Bailey fue nombrado caballero del Imperio Británico. Sus puentes fueron fabricados por otras empresas, pasando sin pena ni gloria los últimos años de su vida. Hoy en día, la empresa que fabrica el Mabey, el sucesor del Bailey, mantiene ambos en producción.
Casi 100 años después de su diseño, el Bailey sigue funcionando como el primer día, haciendo bueno aquel refrán que dice que “si algo es bueno.. no lo toques”.